martes, 2 de abril de 2013

Sin frenos.

Conoces a cientos de personas y ninguna te deja huella, y de repente aparece alguien que lo cambia todo.
Durante dos años he sido de hielo. Inaccesible y fría. Filofobia pura. Me reía del amor y nada me afectaba. Nada me importaba. Sin sentimientos. Harta de la palabrería de unos cuantos chulos en busca de un polvo. Casi preocupada por el hecho de no sentir, rehuyendo cualquier cosa que implicara cierto romanticismo.
Y mírame ahora.
Con esta sonrisa de idiota que, por más que intento, no puedo borrarme de la cara. Con los nervios a flor de piel y esta especie de euforia que solo me da ganas de gritar. Con este nudo en el estómago que no me deja respirar y estas putas mariposas que no se ahogan ni en el alcohol. Con estas ganas de verte todo el día, buscando cualquier excusa para abrazarte. Con la sensación de volver a tener quince años, de ser todo inocencia e ilusión, de no tener cicatrices.
Pero las tengo. Y me acojona. Me asusta que seas diferente, y no poder pasar de ti como de los demás, y que uno de tus "buuu, boba" me ponga más tonta que toda la palabrería de los chulos buscapolvos. Me acojona sentirme vulnerable, ilusionada. Que seas capaz de arreglar uno de mis días malos en dos segundos. Que mi subconsciente, el muy cabrón, se empeñe en soñar contigo todas las noches y me haga despertarme con el sabor de tus labios en la boca. Que hayas echado por tierra la coraza que tan cuidadosamente había construido, que parecía no tener fisuras.
Lo que me acojona, en realidad, es sentir. Sentirme, de repente, así de viva, después de tanto tiempo evitando los excesos. Porque te pegas años entrenándote contra el amor, y crees que lo controlas, que eres capaz de evitarlo, de no sentir absolutamente nada. 

Y cuando menos te lo esperas aparece esa sonrisa que derriba todas tus defensas.









No hay comentarios:

Publicar un comentario