lunes, 28 de noviembre de 2011

Que sin ti todo se vuelve gris.

Que sin ti el ron me sabe a mar, las sabanas me arañan, la almohada te echa en falta. Que sin ti las sombras que me inundan dan más miedo que nunca, los monstruos me perturban. Porque sin ti la tempestad mi calma, la vida es una trampa, hay todo y no hay nada.
Porque sin ti que sin ti la gente me pregunta en que día morí, y yo les respondo desde que decidiste irte de aquí.


28.

Dos años desde nuestro primer beso.

¿Dónde ha quedado todo?

domingo, 27 de noviembre de 2011

No sé qué decir...

Todo se ha ido a la mierda.

miércoles, 23 de noviembre de 2011

Tú...

¿Qué cojones escribo yo hoy?
Solo dos palabras: TE QUIERO.
Para cualquiera que las lea expresan lo justo, pero él sabe todo lo que conllevan. Todo.
Te voy a querer siempre.

domingo, 20 de noviembre de 2011

Delirio XX

El mejor tipo de amor es aquel que despierta el alma y nos hace aspirar a más, nos enciende el corazón y nos trae paz a la mente. Eso es lo que tú me has dado, y lo que yo esperaba darte siempre.

sábado, 19 de noviembre de 2011

I.

¿Has amado alguna vez a alguien hasta llegar a sentir que ya no existes? ¿Hasta el punto en el que ya no te importa lo que pase? ¿Hasta el punto en el que estar con él ya es suficiente, cuando te mira y tu corazón se detiene por un instante? 
Yo sí.

Delirio XIX

El tiempo pasa incluso aunque parezca imposible, incluso a pesar de que cada movimiento de las manecillas del reloj duela como el latido de la sangre al palpitar detrás de un cardenal. El tiempo transcurre de forma desigual, con saltos extraños y treguas inexplicables. Pero pasar, pasa. Incluso para mí.

viernes, 18 de noviembre de 2011

Rota.

¿De cuántas maneras se puede destrozar un corazón y esperar de él que siga latiendo?

Delirio XVIII

¿Alguna vez has tenido un gran amor? No uno de esos con los que te vas de bares o de excursión, sino uno de los que llevas clavados, y se te agarran y ya no se sueltan.
El mío es él. Y sé que nunca funciona, que nunca sale bien, pero entonces aparece con esa sonrisa de niño y parece que esta vez va a ser perfecto.
¿Y qué más da que vaya y venga un millón de veces? Yo también tengo derecho a equivocarme, ¿no?

Delirio XVII

Él es la razón por la que me levanto todos los días, y también es la razón por la que no me quiero levantar. Y, ¿sabes una cosa? Yo también me despierto abrazada a un hueco vacío, todas las mañanas...

miércoles, 16 de noviembre de 2011

Comienzos.

Llevaba una camiseta de tirantes, y no me había cogido el abrigo. Involuntariamente, empecé a tiritar. Él se dio cuenta.
-¿Tienes frío? –me preguntó.
Yo asentí con la cabeza, esbozando una tímida sonrisa. Él comenzó a quitarse la chaqueta.
-¿Qué haces? –quise saber, extrañada.
-Pues darte la chaqueta, acabas de decir que tienes frío –me contestó, como si aquello fuera lo más normal del mundo.
Yo me quedé boquiabierta. Nunca ningún chico me había ofrecido su chaqueta, y menos nada más conocerle. Estaba acostumbrada al típico egoísmo masculino.
-¡No, ni se te ocurra! –exclamé, sujetándolo para evitar que se la quitase del todo. –Si me la das, quien tendrá frío serás tú.
Él se liberó de mis brazos con suavidad y se deshizo de la prenda.
-Prefiero pasar frío yo antes de que lo pases tú –me dijo, con voz dulce.
Aquella frase me dejó todavía más asombrada. ¿De dónde salía aquel chico? Creía que esa caballerosidad solo era un mito, que ya no había hombres así. Maravillada, dejé que me metiese los brazos por las mangas y que me cerrase la cremallera hasta arriba, con unos movimientos que me parecieron tiernos.
-Si me permites, me voy a echar un meo, que ya no puedo aguantar más. Ahora mismo vengo, no te vayas, eh.
Lo vi alejarse hacia una esquina, en camiseta de manga corta. Ahora era él quien tiritaba. Mi amiga se me acercó sin que me diese cuenta y me tocó en el hombro.
-¿Qué pasa? –me preguntó, con una sonrisa traviesa.
Yo me giré hacia ella.
-¿Has visto lo que acaba de hacer? Impresionante, creo que se está muriendo de frío ahora mismo.
-Parece que le gustas.
Sentí que un escalofrío recorría mi cuerpo cuando oí esas palabras. Intenté convencerme a mí misma de que era por el frío.
-No digas tonterías, solo está siendo amable… Demasiado amable.
Suspiré, pensativa. Pero entonces alcé la cabeza y lo vi venir, sonriente. Le devolví la sonrisa y todos los malos pensamientos se alejaron de mi mente.
-Ya he terminado. Ahora ya no soy un puñetero subnormal congelado que se mea… Solamente soy un puñetero subnormal congelado.
Me mordí el labio, sintiéndome culpable, y comencé a bajarme la cremallera de la chaqueta.
-Eh, para –me sujetó las manos con las suyas, y sentí su tacto en mi piel. Me estremecí y alcé la mirada hasta encontrarme con sus ojos. Él me sonreía. –No te voy a negar que tenga frío, pero no quiero que te quites la chaqueta.
-Entonces, ¿qué puedo hacer? No voy a dejar que tú te congeles mientras yo estoy aquí calentita.
Él esbozó una sonrisa pícara.
-¿Qué te parece si me das un poco de calor corporal?
No pude evitar que se me escapara una carcajada. Aquel chico rebosaba naturalidad y parecía que se había dejado olvidada la vergüenza.
-Pero… serás aprovechado. ¿Se puede saber qué quieres?
-Me conformaré con que me abraces.
Sin dejar de sonreír, y sin pedirme permiso, me rodeo la cintura con su brazo. Cuando quise darme cuenta, yo había hecho lo mismo con el mío. Y así, cogidos el uno del otro, echamos a andar siguiendo a los demás, que ya estaban bastante por delante de nosotros. Ahora la conversación se había reducido a dos interlocutores. Él y yo nos hablábamos en un tono más bajo, mucho más íntimo.
-Puedo conseguirte dos entradas para el concierto de mañana, si quieres –me dijo. –Y totalmente gratis.
-Vaya, ¿de verdad? No quiero parecer interesada, pero eso sería genial.
-Solamente lo hago porque eres tú, eh…
Sonreí.
-¿Y qué tengo yo de especial?
De pronto, él puso su otra mano en mi cintura y tiró de mí hasta colocarme frente a él. Nuestros rostros casi se rozaban. Se me aceleró el pulso.
-Mucho –dijo, mirándome a los ojos.
Por un momento sentí ganas de besarle. Bajé la cabeza, turbada. ¿Qué estaba haciendo? ¿Por qué coqueteaba de aquella manera tan descarada con un desconocido? Pero en realidad, parecía que lo conociera de toda la vida. Desde luego, a ojos del resto de la gente, esa sería la impresión que daríamos, la de dos adolescentes que se conocían bien, que mantenían una relación, la de dos novios. Noté calor en mis mejillas y me obligué a mí misma a soltar su mano de mi cintura y dejar el abrazo como estaba antes. Él no dijo nada, sino que siguió sonriendo como si el gesto no le molestara lo más mínimo.
Seguimos hablando durante un rato. Yo seguía amarrada a él y le apretaba la cintura cada vez que notaba que temblaba de frío. Hacía tiempo que no me sentía tan bien, tan libre y alejada de mi vida real.

Delirio XVI

Perdona que te escriba, prometí nunca volverte a molestar, y es verdad, no soy capaz, soy una cobarde. Recuerdo cada día, cada instante en que tú fuiste mi mitad, y mucho más, fue sin dudar algo insuperable.
Y sin embargo ahora ya no sé ni respirar. No puedo estar más sin ti, no puedo olvidar tus labios, quiero saber si tú también te has roto en mil pedazos.
Perdona que te insista, pero es que me cuesta tanto comprender que esta vez tenga que ser algo irremediable.
Y sin embargo ahora ya no sé ni respirar, y cada sentimiento es un puñal. No puedo estar más sin ti, no puedo olvidar tus labios, quiero saber si tú también te has roto en mil pedazos.
Y rota en mil pedazos sin saber cómo olvidar, si cada sentimiento es un puñal. No puedo estar más sin ti, no sé que hacer para olvidarlo, quiero creer que tú también te has roto en mil pedazos.

Delirio XV

No es fácil, a veces sientes que te partes en mil trozos. Nostalgia de dias que ya ni si quiera pareces haber vivido. Momentos demasiado recientes que ahora son inimaginables. ¿Hasta qué punto pueden cambiar las cosas? ¿Es posible reconstruir las ruinas que han quedado de lo que fue?
De repente te das cuenta de que todos esos muros que se construyeron en el pasado se han ido debilitando poco a poco, y ni si quiera sabes si todavia estan de pie. Parece mentira que lo difícil supiese superarse y lo fácil se haya abandonado de esa manera.
A veces cierras los ojos muy fuerte y piensas con todas las ganas que puedes en aquellos tiempos, pensando que si deseas algo con mucha intensidad, acabará por volver.
Pero, desgraciadamente, sabes que no va a hacerlo.

Por verte sonreír.

Hace tiempo prometí escribirte una canción. Como siempre, mal y tarde, la tienes aquí. Sabes bien como soy, que no suelo mentir, siempre que lo hice fue por verte sonreír. 
Llámame, te quiero escuchar. Ya lo ves, no siempre me va bien. Al cantar me duele el corazón, y enloquezco cada noche en cada actuación.
Fui yo quien dijo no, y ahora, en la misma mesa, se me enfría el café mientras dices que te va bien. Tranquilo, ya no volveré a llamar, no me volverás a ver, esta vez me marcho para no volver.
Llámame, te quiero escuchar. Ya lo ves, no siempre me va bien. Al cantar me duele el corazón, y enloquezco cada noche en cada actuación.
Y ahora, cansada de mirar tu foto en la pared, cansada de creer que todavía estás, he vuelto a recordar las tardes de café, las noches locas que siempre acababan bien. Y me he puesto a gritar estrellando el whisky en la pared.
Por verte sonreír, he vuelto yo a perder.

martes, 15 de noviembre de 2011

I.

Si te quedas quieto ahí, yo te grabo en mi cabeza cuando no paras de reír.

Delirio XIV

¿Quién canta para ti, desde que no estoy? ¿Con quién bebes tequila cuando no te sientes bien? ¿Quién te dice al oído, "quédate"? ¿Con quién compartes ese calendario de la pared?
¿Quién te espera al salir, cuando dan las diez? ¿Quién se ríe contigo delante de un café? ¿Con quién escucharas esa canción? ¿Quién es la encargada de amueblarte el corazón?
¿Quién te enseña París, Venecia, Nueva York? ¿Quién te arranca la ropa dentro de ese ascensor? ¿Con quién subes la cuesta de cada fin de mes? ¿Quién hace lo que hice yo, pero al revés?
¿Quién tiembla cuando lloras? ¿Quién te recuerda que no estas solo? ¿Quién es tu nuevo vicio? ¿Quién te ha salvado de mis precipicios?

Delirio XIII

Y me siento estúpida. 
Sin solución. 
Si te dejo ir, no creo que hagas nada para volver. Vas a pensar que es lo mejor. Si te sigo esperando, si te sigo buscando, sé que te gusta. Pero me siento estúpida. Si pudiera hacer desaparecer el pasado, mi dolor, mis desilusiones. Si pudieras espantar mis miedos, secar mis lágrimas y darme un nuevo aire. Si pudiera ser quien te rescate, quien te haga sentir que se puede. Si pudiera creer en tí. Si tan solo pudieras ver un poco lo que hay en mí. Si el destino nos volviera a unir. Si la distancia no existiera. Si pudieramos fundirnos en un abrazo eterno y dejar atrás nuestras tristes historias. Si nuestro presente fuéramos nosotros, y no la nostalgia de otros momentos. Si me quisieras más de lo que tengo miedo que me quieras. Si sirvieran de algo estas fuerzas y estas ganas. Si la voluntad pudiera llevarme a tu lado. Si supieras que te busco, día y noche. En cualquier lugar. Si supieras que eres mi primer pensamiento del día y mi último antes de dormir. Si supieras que necesito soñarte y abrazo mi almohada pretendiendo tu cuerpo a mi lado. Si supieras la desesperación correr por las venas y la necesidad de tu calor que me hace temblar el pulso. Si supieras que extrañarte duele en la garganta, en los músculos, en la piel y en los poros. 
Si supieras más de mí.

lunes, 14 de noviembre de 2011

Una entre un millón.

La Real Academia define la palabra imposible como algo que no tiene facultad ni medios para llegar a ser o suceder, y define improbable como algo inverosímil que no se funde en una razón prudente.
Puestos a escoger, a mí me gusta más la improbabilidad que la imposibilidad, como a todo el mundo, supongo.
La improbabilidad duele menos y deja un resquicio a la esperanza, a la épica.
Que David ganara a Goliat era improbable, pero sucedió.
Unos afroamericanos habitando la Casa Blanca era improbable, pero sucedió.
Que los Barón Rojo volvían a tocar juntos era improbable, pero también sucedió.
Nadal desbancando del número uno a Federer.
Una periodista convertida en princesa.
El 12-1 contra Malta.
El amor, las relaciones, los sentimientos… no se fundan en una razón prudente, por eso no me gusta hablar de amores imposibles, sino de amores improbables, porque lo improbable es, por definición, probable. Lo que es casi seguro que no pase es que puede pasar. Y mientras haya una posibilidad, media posibilidad entre mil millones de que pase, vale la pena intentarlo.

sábado, 12 de noviembre de 2011

Delirio XII

Y se ríe, y echa la cabeza hacía atrás, y de nuevo su risa. Y otra vez... Otra vez tú. Pero no teníamos que volver a vernos... Y siento todo mi dolor. Lo que no sé, lo que no he vivido, lo que ahora me falta. Para siempre. ¿Cuántos brazos te han estrechado para convertirte en lo que eres? Qué importa. Al fin y al cabo, él no me lo dirá, por desgracia. Por eso me quedo en silencio. Y lo miro. Pero no lo encuentro.
Entonces voy a buscar esa película en blanco y negro que ha durado dos años. Toda una vida. Esas noches pasadas en el sofá. Lejos. Sin conseguir darme una explicación. Arañándome las mejillas, pidiendo ayuda a las estrellas. Fuera, en el balcón, fumando un cigarrillo. Siguiendo después ese humo hacia el cielo, arriba, más arriba,  más aún... Allí, donde precisamente habíamos estado nosotros. Cuántas veces he nadado en ese mar nocturno, me he perdido en ese cielo azul, llevada por los efluvios del alcohol, por la esperanza de encontrarlo otra vez. Arriba y abajo, sin tregua. Por Hydra, Perseo, Andrómeda... Y abajo, hasta llegar a Casiopea. La primera estrella a la derecha y después todo recto, hacia la mañana. Y otras muchas. Y a todas les preguntaba: "¿La habéis visto? Por favor... He perdido mi estrella. Mi isla, que no existe. ¿Dónde estará ahora? ¿Qué estará haciendo? ¿Con quién?".
Y a mi alrededor, ese silencio de esas estrellas entrometidas. El ruido molesto de mis lágrimas agotadas. Y yo, estúpida, buscando y esperando encontrar una respuesta. Dadme un por qué, un simple por qué, cualquier por qué. Pero qué idiota. Ya se sabe. Cuando un amor se acaba se puede encontrar todo, excepto un por qué.

Delirio XI

Sobre una bandeja de plata, abriendo los brazos en una reverencia infinita, mostrándote mi regalo, lo que sentía por ti: un amor sin límites. Aquí tienes, ¿ves?, todo esto es tuyo. Solo tuyo. Más allá del mar y en el fondo, allí abajo, más allá del horizonte. Y aún más, más allá del cielo y más allá de las estrellas, y aún más, más allá de la luna y más allá de lo que se esconde. Eso es, éste es el amor que siento por ti. Y más aún. Porque esto es solo lo que podemos saber. Te amo por encima de todo aquello que no podemos ver, por encima de lo que no podemos conocer. Ya está eso es quizá lo que también hubiera querido decirte. Pero no pude. No pude decirte nada que tuvieras ganas de escuchar. ¿Y ahora? ¿A quién puedo mostrarle estas maravillas de ese gran imperio que le pertenecían? Te miro y ya no estás. ¿Dónde te has metido? ¿Dónde está esa sonrisa que me convertía en náufraga de certezas, pero tan segura de felicidad? Querría escapar pero no hay tiempo, ya no hay tiempo. Aquí estás.

Delirio X

"¡Lucha! ¡Maldita sea, sigue luchando!"
"¿Por qué?"
Ya no quería seguir peleando. Y no eran ni el mareo, ni el frío, ni el fallo de mis brazos debido al agotamiento muscular los que me hacían resignarme a quedarme donde estaba. No. Me sentía casi feliz de que todo estuviera a punto de acabar. Era una muerte mejor que las otras a las que me habría enfrentado. Una muerte curiosamente apacible.
Pensé brevemente en los tópicos, como el de que supuestamente uno ve desfilar su vida entera ante sus ojos. Yo tuve más suerte. Además, ¿para qué quería una reposición?
Le estaba viendo a él, y no tenía ya voluntad de luchar. Su imagen era vívida, mucho más definida que cualquier recuerdo. Mi subconsciente lo había almacenado con todo detalle, sin fallo alguno, reservándolo para este momento final. Podía ver su rostro perfecto como si realmente estuviera allí; el matiz exacto de su piel, la forma de sus labios, la línea de su mentón, el destello dorado de sus ojos encolerizados. Como era natural, le enfurecía que yo me rindiera. Tenía los dientes apretados y las aletas de la nariz dilatadas de rabia.
"¡No hagas esto! ¡No!"
Su voz sonaba más clara que nunca a pesar de que el agua helada me llenaba los oídos. Hice caso omiso de sus palabras y me concentré en el sonido de su voz. ¿Por qué debía luchar si estaba tan feliz en aquel sitio? Aunque los pulmones me ardían por la falta de aire y las piernas se me acalambraban en el agua gélida, estaba contenta. Ya había olvidado en qué consistía la auténtica felicidad.
Felicidad. Hacía que la experiencia de morir fuese más que soportable.
"Adiós. Te amo." Fue mi último pensamiento.

martes, 8 de noviembre de 2011

Delirio IX

Momentos de añoranza, de arrepentimiento, de sonrisas entrecortadas, miles de emociones que recorren la piel, miles de horas vividas. Querer volver al pasado para hacer y decir todo aquello que se quedo en el tintero, volver al pasado a por aquellos abrazos que ahora nunca vendrán... Pero ya sé, esto es solo un momento de nostalgia.


Lo quiero desde mis entrañas. Lo necesito igual que a mi hígado, a mi cerebro, a mis ojos. Sin él se me rompen los huesos, se me derriten los pulmones y no puedo respirar... me hace falta para vivir.

lunes, 7 de noviembre de 2011

Delirio VIII

¿Alguna vez has sentido que vives una vida que no es la tuya?
Llevaba unos días sintiéndome extraña, como si algo no encajara, como si algo no fuera bien. Cuando me he despertado esa sensación era más fuerte que nunca, no era capaz de pensar en otra cosa, y no entendía por qué. Y entonces, de repente, la respuesta ha venido por sí sola. Así, sin avisar, sin querer, las piezas han encajado y algo ha hecho clic en mi cabeza. Sí, me siento extraña, me miro al espejo y veo una imagen de alguien que se parece a mí, pero que no soy yo. Y ahora se cuál es la razón.
Al principio ni si quiera lo notaba, estaba demasiado sumergida en ese velo de aturdimiento que yo misma me cree para no sentir, para no pensar, para no sufrir. Pero ahora ha pasado el tiempo, he tomado distancia, y veo las cosas desde una perspectiva lejana. Ahora lo entiendo todo. Soy yo, pero no soy yo. Soy yo, pero no soy la misma. Soy solo el recuerdo de lo que hubo, la sombra lejana de lo que un día fui. Y no consigo acostumbrarme.
Cuando me levanto ya no pienso en ti lo primero, no tengo la imagen de tu sonrisa constantemente en mi mente, ya no eres aquel con el que sueño cada noche, no paso horas muertas imaginando cómo será la próxima vez que te vea, cómo estarás, si habrás cambiado, lo que sentiré cuando vuelvas a mirarme. Me prohibí a mi misma seguir haciéndolo. Me hiciste tanto daño que solo pensarte me aterraba, me dolía tanto que era incapaz de soportarlo, se me desgarraba el corazón cuando sin querer algo me recordaba a ti. Fue algo inconsciente, no lo hice a propósito. Un mecanismo de defensa surgido de la desesperación y el indescriptible dolor.
Pero poco a poco todo va quedando lejos, cada día un poco más. Y, de repente, vuelvo a necesitarte. No... qué digo. Nunca he dejado de necesitarte. Nunca dejaré de necesitarte. He pasado dos años de mi vida hablando contigo cada día, contando las horas que me quedaban para poder verte, haciéndote feliz, esperando que me aportaras el granito de arena diario necesario para seguir adelante. Y de repente me encuentro aquí, pasados tres meses y sin saber nada de ti. ¿Qué sentido tiene ahora todo? ¿Cuál es el motivo que me impulsa a avanzar hacia delante?
Tú eras mi motor, el centro de mi pequeño universo. La razón de cada una de mis sonrisas, el motivo de todas mis lágrimas, el sentido de cada latido de mi corazón. Siempre fuiste tú, siempre eras tú. He pasado tanto tiempo organizando mi vida en torno a ti que se me olvidó vivir por mí. Ya no sé hacerlo. No encuentro razones para dar un solo paso al frente, no sé que camino tomar, no encuentro la ilusión por seguir.
¿De qué ha servido todo lo que he hecho? Tanto esfuerzo, tanto dolor, tantas locuras, tanto a lo que he renunciado, tanto por lo que he luchado... ¿Qué sentido tiene ahora mi vida? ¿Quién soy yo? ¿Acaso no queda nada en mí además de tu sombra, tu reflejo? ¿Tanto te has llevado que me has dejado vacía? ¿Tanto te he amado que he matado al corazón?

miércoles, 2 de noviembre de 2011

Comenzar a reír de nuevo.

Reí bajito y en silencio. Oírme a mí misma hizo que se me dilataran las pupilas, maravillada. Estaba riéndome, riéndome de verdad. Me sentía ligera, sin peso, tanto que volví a reírme, y esto hizo que la sensación durara un poco más.
Tropezamos a menudo en la oscuridad a pesar de caminar por el sendero. Aún nos reíamos cuando la casa apareció a la vista. No era una risa profunda, sino más bien ligera y superficial, pero no por eso menos agradable. Estaba segura de que él no había notado el matiz de histeria que teñía la mía. 
No estaba acostumbrada a reír, y me hacía sentir bien y al mismo tiempo muy mal.