sábado, 23 de abril de 2011

Esta soy yo.

Me han tratado como a una puta. Por eso me he comportado como tal.




Te conocí con 14 años. Tenías los ojos negros y un montón de promesas bajo tu sonrisa. Regalabas caricias con la mirada, hacías que me perdiera entre los rizos de tu pelo y buceara por cada centímetro de tu piel. Me enamoré por primera vez. Te gustaba que me muriera de sed y suplicara tu saliva en silencio. Me dabas cien de cal y una de arena, y yo me conformaba. Meses de ilusión, dulce compañía, noches sin dormir, el corazón que se salía de mi pecho. Pero lo bueno no dura eternamente. Cuando la niña inocente se confiesa enamorada y no escucha lo que ella esperaba. La burbuja de cristal se rompió en mil pedazos, el corazón se resquebrajó, me hundí en un millón de pozos negros de los que tardaría años en salir. Dejé de verte, pero no de perseguirte. Lo único que me quedaba era esperanza. Vivía de un recuerdo que yo misma había inventado. Y a ti te encantaba. No me querías, pero te volvía loco que yo te quisiera. Era una niña y me hiciste adulta de repente. Me matabas de amor y de celos, me contabas todas y cada una de tus historias mientras yo luchaba por seguir respirando. Espantabas a cualquiera que tratara de acercarse a mí; yo era solo para ti, me decías. A veces te acercabas y me rozabas, me dejabas latir una vez contigo y después te marchabas, dejándome ahí tirada, desangrándome y rota de dolor. Aprendí a convivir con el sufrimiento, a dormirme entre lágrimas cada noche y hacer de mi almohada el mar de las almas torturadas. Jugabas conmigo y yo te dejaba, porque todo el dolor merecía la pena sabiendo que después ibas a concederme un instante, una sonrisa, una mirada. Y de pronto un día ocurrió.




Tenía 16 años. Nunca creí que después de lo mucho que había pugnado por olvidarle todo podría ocurrir así de rápido, y el destino jugó sus cartas de la manera más inesperada. Era una tarde de junio. Él me había invitado a la piscina y yo había acudido sabiendo que pasaría las horas torturándome mientras lo veía tontear con alguna amiga suya o rozándome la piel a propósito para ver como cerraba los ojos recorrida por la electricidad. Subí a su piso consciente de que sería una intrusa entre sus amigos, pero compensaba, siempre compensaba. Él abrió la puerta y entonces te vi. Tenías una sonrisa arrebatadora y unos labios que gritaban BÉSAME. Nos miramos y sentí que un escalofrío me recorría la columna. Me desnudaste con la mirada en menos de tres segundos, y por primera vez en mucho tiempo volví a sentir calor en el corazón. Fue a primera vista. Y tú eras su mejor amigo. Pasamos la tarde entre miradas furtivas y sonrisas que escondían deseos prohibidos, entre roces a propósito y jugueteo indiscreto. Eras directo, descarado, eras fuego y yo me moría por arder contigo. Sabías que yo era suya, pero te dio igual, y a mi también. Él asistió incrédulo a la situación que se le iba de las manos, trató de impedirlo pero no pudo. Volvimos a vernos, esta vez sin él, sin nadie, solo tú y yo. Me empujaste a la cama y me arrancaste la inocencia a mordiscos. Me susurraste palabras al oído, y tu aliento en mi cuello me hizo estremecer. TEQUIERO, jurabas, y yo te creí. El hueco que tenía en el pecho se hizo un poco más pequeño, y pensé que me había llegado la hora de volver a ser feliz. Me entregué con miedo y sin desconfianza, tocada por primera vez. Te besé creyendo que me sanarías el corazón. Y entonces te fuiste. No dijiste adiós, ni volveremos a vernos. Me usaste y desapareciste. Te marchaste y te llevaste mi cordura contigo.




Era verano. Sin ninguna responsabilidad, sin ninguna ocupación. Días enteros cubierta de lágrimas que iban a parar a un colchón vacío que invitaba al recuerdo. Muerta por segunda vez, con el corazón tan despedazado que estuve segura de que jamás volvería a sanar. Rota de dolor, me prometí no volverme a enamorar nunca más. Y me refugié en la locura. Me puse en pie y salí a quemar la noche. Zorra. Hice daño antes de que me lo hicieran a mí, utilicé tal y como a mí me habían utilizado. Besé tantas bocas como pude para tratar de olvidar la suya, pero ninguna era igual. Después llegaba a casa y lloraba durante horas sumida en la absoluta certeza de que no me quedaba razón alguna para volver a levantarme. Recordaba, los recordaba a los dos, tan presentes todavía que si cerraba los ojos podía sentirlos. Me maldecía a mí misma por vivir de aquella manera, pero no podía evitarlo. Sin embargo ocurrió algo que me hizo cambiar. Él era mi mejor amigo, al que llevaba dos meses besando y usando sin otro motivo que mitigar mi dolor. Me había apoyado durante aquellos terribles años en los que había sido la peor compañía del mundo, me había secado las lágrimas todas y cada una de las veces, se había dejado utilizar sin preguntar ni pedir nada a cambio. No me daba cuenta de el daño que le estaba haciendo hasta que supe que se había enamorado de mí. Y frené de golpe.




El verano había acabado. Mi mejor amigo seguía a mi lado, pero dejé de confundirle. Entendí que aquel modo de vida no era sano, y busqué otra forma de ahuyentar el dolor: la indiferencia. Enterré cualquier retazo de vida que quedara en mi interior y me resigné a estar muerta. Iba a clase, contestaba cuando alguien me preguntaba algo y sonreía en los momentos oportunos. No sentía nada, ni dolor, ni calor, nada. Sabía que mi corazón seguía latiendo, pero no creía que tuviera ningún sentido. Me había convertido en un fantasma convencido de que su vida había acabado, con tanto miedo a amar que ya no se dejaba querer, sin siquiera recordar cómo era tener ilusión por algo.




Renací con 17 años. Te conocí por casualidad. Nadie sabe por qué ocurren las cosas, pero el caso es que ocurren. Me acerqué mirando al suelo, con ganas de llorar y sin ninguna intención de conocer a nadie. Pero levanté la vista y te vi a ti. Tenías la sonrisa más bonita que había visto nunca, y tus ojos azules me susurraron que se morían por verme sonreir. Algo hizo clic en mi interior. Lo sentí como si fuera un torbellino, me limpié por dentro y me deshice de toda la pena, de todo recuerdo. Con dos manos invisibles me cosiste las heridas del corazón y las pegaste con Loctite, para que nunca más se abrieran. Me abrazaste durante toda la noche, como si fuéramos dos personas que llevaban esperando toda la vida para encontrarse. Me devolviste a la vida sin necesidad de palabras, conseguiste hacer en una noche lo que nadie había hecho en meses. Te besé y sentí que nuestros labios encajaban como las piezas de un puzzle. Y entonces supe que llevaba toda mi vida buscándote. Nos enamoramos con la primera mirada, y ya nada nos separaría jamás. Me hiciste ver que yo valía la pena, que no era solo un juguete de usar y tirar. Me enseñaste que el sexo no está vacío, que las caricias pueden hacerte tocar el cielo. Aprendí que hacer el amor es más que una expresión, y que no hay nada tan dulce como despertarme y rozar tu piel mientras estás aún dormido. Me curaste, me salvaste.


Y hoy, un año y medio después, todavía me siento la princesa prisionera de tus labios.