sábado, 7 de abril de 2012

Recuerdos.

Me sentía vacía. Se suponía que tenía que estar enfadada, pero no lo estaba. Simplemente no sentía nada. Probé a pensar en él, en su pelo, su sonrisa, sus ojos, todos los momentos que compartimos. Cerré los ojos y volví a la calidez de aquellos días. Y sentí. De pronto mi interior era un huracán de emociones, creía que iba a explotar de un momento a otro. Y comprendí que solo vivía del recuerdo, que me había dejado el corazón junto a él y que no quería volver, no quería seguir adelante, mi corazón solo quería quedarse en esos días para siempre.

Me esforcé por apartar esos pensamientos de mi mente. Pero el vacío volvió. Tenía tantas cosas por las que debería haberme preocupado, tantas personas en las que pensar, tanto futuro por delante. Sin embargo, nada de todo aquello parecía despertar en mí la más mínima emoción.

Me asusté. Me asustó no sentir nada. Intenté desesperadamente remover en mi interior para poder sentir algo. Y vaya si lo conseguí. Algo se movió dentro de mí, y ese dolor tan conocido volvió a presentarse, más fuerte que nunca. De nuevo ese dolor físico, como si me apretaran el corazón, como si me hubieran rasgado el pecho y me lo hubieran dejado abierto, ese dolor que me hace boquear, luchar por respirar. Y de pronto me encontré con los brazos alrededor del cuerpo, abrazándome a mí misma, intentando calmar el dolor de cualquier forma. 

Pero después de aquello vino algo peor: la rabia, la impotencia. Las lágrimas furiosas sustituyeron a las nostálgicas. De nuevo la certeza de que nunca podría volver a estar con él, NUNCA. Y lo necesitaba, lo necesitaba más que nunca. En ese momento hubiera dado cualquier cosa por tenerlo ahí, NECESITABA tenerlo ahí. Y la necesidad era tan fuerte que creí que enloquecería en cualquier momento. Me abracé con más fuerza, me removí, me clavé las uñas en el cuerpo con toda la fuerza que pude. No sabía lo que hacía, solo quería que pasara ese sentimiento al que ni si quiera sabía poner nombre.  Solo quería estar con él, todo lo demás me era completamente indiferente.

¿Qué coño estaba haciendo con mi vida? Si a aquello se le podía llamar vida.Vivía de la esperanza, del recuerdo y de la ilusión. Tenía el corazón roto en tantos pedazos que ya no podía sentir nada, nada excepto el amor por él, que nunca desaparecía, ese amor que solo me traía sufrimiento y largas noches en vela.



Vamos a jugar al juego en el que yo era tu princesa.