lunes, 29 de abril de 2013

Fue para habernos matado.

Colgados como en las películas, viviendo rápido para no pensar. Fue inhumano para los demás. Yo te decía "para ya". Frágiles como pompas de jabón. Yo te agarraba, era tan sobón; pero tus piernas se movían para que no me quitara, no señor. Viviendo en una melodía. 
La comidilla de la ciudad fue la clave para querernos más. Me lo contaba y se reía, se nos dormía el paladar. Ágiles como chicos de barrio, abriendo portales de un calentón; pero la cosa se torcía cuando estábamos con alguien más. Chupaste toda mi energía. 

Dándonos más besos que estrellas saldrán hoy,
así pasaban todo el día haciendo un pulso cabeza y corazón. 

Fue para habernos matado, fue tan difícil soltarnos.

Adiós, adiós, adiós.
Adiós, adiós, adiós.
Adiós, adiós, adiós.




martes, 23 de abril de 2013

Jodido Cortázar.

“Y debo decir que confío plenamente en la casualidad de haberte conocido. Que nunca intentaré olvidarte, y que si lo hiciera, no lo conseguiría. Que me encanta mirarte y que te hago mío con solo verte de lejos. Que adoro tus lunares y tu pecho me parece el paraíso. Que no fuiste el amor de mi vida, ni de mis días, ni de mi momento. Pero que te quise, y que te quiero, 
aunque estemos destinados a no ser.”

Beaten.

Quise decirle que era tarde, 
que cinco besos no compensan tanto daño. 
Pero no pude, 
me faltaron fuerzas. 
Quise dejarlo pasar 
y sonreír y bailar con él la última pieza. 
De mi dolor él nunca fue testigo. 
Por eso entre otras cosas 
esta historia no es más que un recuerdo en el olvido.











domingo, 21 de abril de 2013

Torbellino de palabras y emociones.

A veces los detalles son los que marcan el transcurso de nuestras vidas. El gesto más insignificante puede hacerte cambiar de opinión, mientras que la ausencia de él puede suponer que tomes una decisión irrevocable.
Tú tienes todos los detalles que me gustan, pero también todos los que detesto. No eres consciente de las consecuencias que puede tener esa palabra de más, esa mirada de indiferencia, ese tono de chulería o la ausencia de esa caricia en el momento preciso. Te pueden el egoísmo y el orgullo, haces lo que quieres cuando quieres, te despreocupas de repente y actúas de una forma que hace daño. Y de repente vienes y me dices tonterías, me incordias, intentas abrazarme, y no entiendes por qué yo no te sonrío. Pero para qué voy a explicártelo, si hay cosas que el mundo no entiende, que el mundo no sabe. Y en realidad es mejor así, porque hay cosas que ni tú ni nadie deberíais saber ni entender.
Y a pesar de todo casi me cuesta no sonreírte cuando vienes a decirme "no te enfades, si ya sabes que te quiero mucho", con esa cara de pena con la que consigues que cualquiera haga lo que tú quieres. Y se me sigue erizando la piel cuando apoyas la cabeza sobre mi hombro y te siento el aliento en el cuello. Y me duele ver tu cara de decepción cuando rechazo tus intentos de acercamiento.
Pero estoy cansada. Cansada de aguantarte lo que nadie te aguanta y poner buena cara ante tus rabietas de niño pequeño. Cansada de sufrir por algo que ni si quiera ha comenzado. ¿Y cómo iba a ir bien si antes de empezar ya me haces daño?
Me siento perdida, insegura y confundida. Cada día que pasa el sentimiento crece, al mismo tiempo que esta especie de odio que estoy empezando a profesarte. Te odio porque eres capaz de alterar mi estado de ánimo en tres segundos, porque consigues que ría y luego que llore, porque cualquier palabra tuya me duele más que las de cualquier otro, porque no soporto depender así de ti, porque me juré no volver a depender nunca más de nadie, porque me asusta ponerle nombre a lo que siento.
Y cada vez que te me pones en frente, con esa sonrisa de chulo que me saca de quicio y me vuelve loca al mismo tiempo, tengo tantas ganas de mandarte a la mierda como de besarte. O te mato, o te quiero. Tú eliges. Pero elige rápido, antes de que este sinsentido me acabe desquiciando.

martes, 16 de abril de 2013

Cortázar.

"Lo que mucha gente llama amar consiste en elegir a una mujer y casarse con ella. La eligen, te lo juro, los he visto. Como si se pudiese elegir en el amor, como si no fuera un rayo que te parte los huesos y te deja estaqueado en la mitad del patio. Vos dirás que la eligen porque-la-aman, yo creo que es al revés. A Beatriz no se la elige, a Julieta no se la elige. Vos no elegís la lluvia que te va a calar hasta los huesos cuando salís de un concierto".


domingo, 14 de abril de 2013

Pequeña sonrisa de Amelie.

"Y entonces la vi. Habían pasado meses, tal vez años, pero allí estaba ella, con aquella sonrisa familiar que ayer mismo besaba. Con el pelo, más dorado que nunca, cayéndole sobre los hombros en una cascada infinita, y los ojos casi negros en los que, si mirabas bien adentro, aún podía verse la herida que le dejé en el alma.
La observé de la mano con un hombre que no era yo, mirándolo con esa intensidad que un día reservaba solo para mí. Y la vi reír, echando la cabeza hacia atrás, ondeando el cabello; y escuché su risa, que se me antojo lejana y al mismo tiempo propia y, en ese instante, tuve dos certezas.
La primera, que tras tanto tiempo de silencio, con el corazón falsamente reavivado con amores ilusorios y caricias vacías, jamás dejé de amarla, y así seguiría haciéndolo hasta que se marchitase mi alma. Y pensé en la mujer que me esperaba en casa, a la que de algún modo quería, y comprendí, como quizás siempre había hecho, que ni en toda una vida podría sentir con ella lo que sentí en aquel instante eterno contemplando a la que hubo de ser el amor de mi vida.
La segunda, y esto lo supe por la manera en la que ella se movía, por cómo se reía, con aquella felicidad tan plena y, al mismo tiempo, teñida con un deje de amargura que probablemente nadie más percibiría nunca, que la rompí tan profundamente y tantas veces que ya jamás volvería a ser la que fue, aquella que tanto amé. Y supe, con una de esas revelaciones tan dolorosas como certeras, que ella ya no era mía, que tal vez nunca lo fue, y que aquel sentimiento que nos unía, demasiado complejo para ser llamado amor, estaba condenado a vivir eternamente en la incertidumbre de aquello que pudo ser y no fue o, siendo quizás más fiel a la realidad, de aquello que fue y no pudo ser".

martes, 2 de abril de 2013

Reflexiones de madrugada.

Es irónico, pero Él se dio cuenta mucho antes que yo. Él fue el primero en decirme "estos quince días fuera te han cambiado". Entonces no lo pensé, pero aquel fue el punto de inflexión. Quince días alejada del mundo, perdida en medio de la nada, contigo. Tú fuiste mi punto de inflexión. Marcaste el momento en el que decidí dejar de sufrir, dejar de quererlo incondicionalmente, dejar de esperarle. Volví a casa con la sensación de que podía comerme el mundo, de que era lo suficientemente fuerte como para cerrar de una vez aquel capítulo que ya duraba tres años. Y me costó, no lo hice de golpe, tuve mil y una recaídas, pero las penas no parecían tan amargas cuando cada martes por la tarde me cosías una nueva sonrisa.
Ha llegado el año cuatro, y he cerrado el libro.
No sé cómo acabará esta historia, no sé si algún día compartiremos las mismas páginas ni si llegaré a comprobar si de verdad los labios te saben a regaliz. Pero me hiciste fuerte y gracias a ti he conseguido superar la pesadilla que estuvo a punto de hundirme la vida. Y, solo por eso, te estaré agradecida siempre.

Cosas pequeñas.

Me gusta cuando llegas de repente y me llenas de besos y abrazos, simplemente porque te apetece dármelos. Me gusta cuando me miras de esa manera que me hace sonrojarme. Me gusta que nos hablemos siempre sonriendo, y que los demás nos miren como diciendo "¿pero qué les pasa a este par de idiotas?". Me gusta cuando apostamos masajes que al final siempre me acabas debiendo; y que te rebotes cuando el pegajoso de turno viene a darme el masaje que tú no me has dado; y que, cuando poco después cedo y acabo dándotelo yo a ti, el pegajoso me diga "eh, que a mí me debías uno", y tú sonrías mientras le contesto "es que él es mi favorito". Me gusta que juguemos a picarnos y que los demás nos miren sin saber si vamos en broma o en serio, y que acabemos riéndonos a carcajadas y el jefazo diga "estos dos que tanto se pelean... ¡dentro de poco se morrean!", con una de esas expresiones tan características del jefazo. Me gusta que tu brazo roce con el mío por accidente, y que tú no te apartes, y que yo tampoco. Me gusta cuando echas una manta por encima de los dos y me abrazas tan fuerte que acabo chillando. Me gusta que me mires de reojo y que, cuando subo la vista y te pillo mirándome, no retires la mirada. Me gusta que estemos cada uno hablando con un grupo de personas diferente y que nos busquemos con la mirada y nos sonriamos; y me gusta que entonces vengas donde yo estoy y me digas bajito "me voy a la cama ya"; y revolotear de aquí para allá durante unos minutos para que no parezca que subo contigo, mientras suplico que no te hayas dormido ya; y cuando subo por fin encontrarte tumbado en la cama de al lado, sonriéndome. Me gusta que te tumbes a dormir a mi lado a la menor oportunidad, que te acuestes en el borde de tu colchón más cercano al mío, y que yo haga lo mismo y acabemos casi el uno en la cama del otro. Me gusta pasarme horas metidos debajo de tu saco mientras todos duermen, hablando de todo y de nada; y que me quites el móvil y te lo escondas debajo del pecho, y buscarlo entre risas y revolcones. Me gusta cuando decidimos que es hora de dormir, y sacas tu pie del saco y me acaricias las piernas. Me gusta que te piques cuando me tumbo en la cama con alguien que no eres tú; y que pongas voz de niño pequeño cuando me dices "prefieres sus mimos a los míos"; y que te hagas el difícil cuando vuelvo a tu lado y tenga que darte una sesión extra de besos y abrazos para que dejes de poner cara de enfurruñado. Me gusta que me despiertes acariciándome el pelo mientras me susurras "hay que levantarse, corazón"; y que, cuando un cuarto de hora después sigo como una marmota, acabes lanzándome una zapatilla a la cabeza.

Y ya está. Simplemente eso.

Sin frenos.

Conoces a cientos de personas y ninguna te deja huella, y de repente aparece alguien que lo cambia todo.
Durante dos años he sido de hielo. Inaccesible y fría. Filofobia pura. Me reía del amor y nada me afectaba. Nada me importaba. Sin sentimientos. Harta de la palabrería de unos cuantos chulos en busca de un polvo. Casi preocupada por el hecho de no sentir, rehuyendo cualquier cosa que implicara cierto romanticismo.
Y mírame ahora.
Con esta sonrisa de idiota que, por más que intento, no puedo borrarme de la cara. Con los nervios a flor de piel y esta especie de euforia que solo me da ganas de gritar. Con este nudo en el estómago que no me deja respirar y estas putas mariposas que no se ahogan ni en el alcohol. Con estas ganas de verte todo el día, buscando cualquier excusa para abrazarte. Con la sensación de volver a tener quince años, de ser todo inocencia e ilusión, de no tener cicatrices.
Pero las tengo. Y me acojona. Me asusta que seas diferente, y no poder pasar de ti como de los demás, y que uno de tus "buuu, boba" me ponga más tonta que toda la palabrería de los chulos buscapolvos. Me acojona sentirme vulnerable, ilusionada. Que seas capaz de arreglar uno de mis días malos en dos segundos. Que mi subconsciente, el muy cabrón, se empeñe en soñar contigo todas las noches y me haga despertarme con el sabor de tus labios en la boca. Que hayas echado por tierra la coraza que tan cuidadosamente había construido, que parecía no tener fisuras.
Lo que me acojona, en realidad, es sentir. Sentirme, de repente, así de viva, después de tanto tiempo evitando los excesos. Porque te pegas años entrenándote contra el amor, y crees que lo controlas, que eres capaz de evitarlo, de no sentir absolutamente nada. 

Y cuando menos te lo esperas aparece esa sonrisa que derriba todas tus defensas.