domingo, 21 de abril de 2013

Torbellino de palabras y emociones.

A veces los detalles son los que marcan el transcurso de nuestras vidas. El gesto más insignificante puede hacerte cambiar de opinión, mientras que la ausencia de él puede suponer que tomes una decisión irrevocable.
Tú tienes todos los detalles que me gustan, pero también todos los que detesto. No eres consciente de las consecuencias que puede tener esa palabra de más, esa mirada de indiferencia, ese tono de chulería o la ausencia de esa caricia en el momento preciso. Te pueden el egoísmo y el orgullo, haces lo que quieres cuando quieres, te despreocupas de repente y actúas de una forma que hace daño. Y de repente vienes y me dices tonterías, me incordias, intentas abrazarme, y no entiendes por qué yo no te sonrío. Pero para qué voy a explicártelo, si hay cosas que el mundo no entiende, que el mundo no sabe. Y en realidad es mejor así, porque hay cosas que ni tú ni nadie deberíais saber ni entender.
Y a pesar de todo casi me cuesta no sonreírte cuando vienes a decirme "no te enfades, si ya sabes que te quiero mucho", con esa cara de pena con la que consigues que cualquiera haga lo que tú quieres. Y se me sigue erizando la piel cuando apoyas la cabeza sobre mi hombro y te siento el aliento en el cuello. Y me duele ver tu cara de decepción cuando rechazo tus intentos de acercamiento.
Pero estoy cansada. Cansada de aguantarte lo que nadie te aguanta y poner buena cara ante tus rabietas de niño pequeño. Cansada de sufrir por algo que ni si quiera ha comenzado. ¿Y cómo iba a ir bien si antes de empezar ya me haces daño?
Me siento perdida, insegura y confundida. Cada día que pasa el sentimiento crece, al mismo tiempo que esta especie de odio que estoy empezando a profesarte. Te odio porque eres capaz de alterar mi estado de ánimo en tres segundos, porque consigues que ría y luego que llore, porque cualquier palabra tuya me duele más que las de cualquier otro, porque no soporto depender así de ti, porque me juré no volver a depender nunca más de nadie, porque me asusta ponerle nombre a lo que siento.
Y cada vez que te me pones en frente, con esa sonrisa de chulo que me saca de quicio y me vuelve loca al mismo tiempo, tengo tantas ganas de mandarte a la mierda como de besarte. O te mato, o te quiero. Tú eliges. Pero elige rápido, antes de que este sinsentido me acabe desquiciando.

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