viernes, 8 de marzo de 2013

Tu medio limón.

Y terminó. Así, de repente, como terminan las cosas que no tienen sentido.
Porque lo nuestro siempre fue algo extraño, caótico. Nunca fuimos una de esas parejas que se complementan a la perfección, de esas que miras y piensas "están hechos para estar juntos". Nunca fuimos el uno para el otro. No coincidíamos en casi nada y chocábamos en casi todo. Como dos piezas de un puzzle que no terminan de encajar, como la sensación de estar acariciando el cielo con la punta de los dedos pero sin llegar a atraparlo nunca. A veces me despertaba pensando por qué apostamos por nosotros cuando todo estaba en nuestra contra, por qué seguíamos desafiando al destino que se empeñaba en mantenernos alejados.
Pero claro, cuando estás enamorada todas esas cosas te importan una mierda, y lo único en lo que piensas es en que su sonrisa es la jodida octava maravilla del mundo. Porque, eso sí, a querernos no nos ganaba nadie. 
Y por eso resistimos. Aguantamos huracanes y tempestades, contra viento y marea. Peleamos contra todo y contra todos, incluso contra nosotros mismos. Pero llega un momento en el que asumes que el amor no siempre es suficiente y que, simplemente, hay personas que no han nacido para estar juntas.

Creo que, en el fondo, siempre lo supimos.

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