lunes, 20 de mayo de 2013

Mis días malos.

Odio escribir(te) desde que sé que me lees.
Pero qué puedo hacer, si es algo que necesito. Y es que ya ves, no siempre me va tan bien. Sigo teniendo mis días malos, como todo el mundo. Días de esos en los que hubiera sido mejor no levantarte de la cama, de esos que te borran la sonrisa y en los que solo quieres darte de ostias con el mundo. Días en los que parece que todo está del revés y que nada tiene sentido, en los que el gris del cielo contagia tu estado de ánimo y, de pronto, se oye una risa que se parece a la tuya.
Son días de esos en los que necesitas a ese alguien que te escuche, que te abrace y te diga que todo va a salir bien; a esa mano que te acaricie el pelo y esos labios que te besen, muy despacio; a esos ojos que te miren como tú necesitas que te miren y esa sonrisa que sea luz.
Días en los que te hubiera necesitado a ti. Y lo digo en pasado, porque eso es lo que somos: dos desconocidos con un pasado en común. Y ahora que ya no sé necesitarte me siento perdida, porque no sé a quién pedirle que me cure de esta angustia. Hay quien puede escucharme, ofrecerme palabras de consuelo y abrazarme fuerte. Hay quien puede besarme, o hacerme caricias. Hay quien puede hacerme sonreír con solo una mirada. Pero no hay una sola persona que pueda hacer todas esas cosas. Y no estoy segura de si quiero que la haya.
No pienses que te echo de menos, eres muy dado a hacerlo. Creo que soy feliz. Sonrío, incluso demasiado a menudo. Pero a veces el corazón, cansado de tanta indiferencia y tanto hielo, se queja y toma el protagonismo un ratito. No es nada grave, mañana se me pasa. 

Pero ya lo ves, hay días en los que también yo me acuerdo de ti.

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